martes, 8 de enero de 2008

CRISTIANISMO Y VIDA POLÍTICA: Una fe que humaniza, sin ideologizar

Es lugar común afirmar que la vida cristiana y la vida política son antagónicas. De hecho, en Venezuela frecuentemente la gente escucha las críticas que hacen el presidente Chávez y personeros del gobierno, cada vez que las instituciones eclesiásticas o representantes de la Iglesia, pueblo de Dios, emiten opiniones y fija posiciones sobre la coyuntura que el país atraviesa. Ahora, esta idea –religión y política como incompatibles– está, por demás, bastante difundida aunque, no por ello, corresponda a la realidad de las religiones y, en este caso, a la vida cristiana misma. En este caso, bastaría con recordar al Jesús de los evangelios, capaz de llamar hipócritas a quienes descuidaban el amor al otro por la simple correspondencia a una ley deshumanizante. Para este Jesús, la vida política es una expresión más del “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. La nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y a la conducta de los católicos en la vida política de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (2002) afirma: “El derecho-deber que tienen los ciudadanos católicos, como todos los demás, de buscar sinceramente la verdad y promover y defender, con medios lícitos, las verdades morales sobre la vida social…”. De este derecho-deber se trata de profundizar, en estas líneas.

El horizonte necesario: humanos, sí; ideologizados, no¿Cuál es el horizonte específico desde donde el cristiano (laico o religioso) ha de asumir su inserción en la vida sociopolítica y económica de los pueblos? Lógicamente, desde la misma vida de fe: desde sus auténticos contenidos y su llamado genuino por lograr condiciones de existencia más humanas para todas las personas. Una dimensión que sólo encuentra su sentido definitivo al hacer una experiencia sin igual, que nos coloca en el corazón mismo de la vida trinitaria: descubrir a los diferentes a sí mismos como un tú –como alter, otro– y, por ello, se hace necesario establecer una relación de igualdad y reciprocidad –no de dominio– para luego, poder percibir en el otro el rostro del hermano, de la hermana, con el que nos unimos en un solo clamor filial al Padre.
Esto coloca, entonces, un marco referencial para leer la realidad histórica en clave cristiana, sea cual sea la época que se vive: el discernimiento atento, en una perspectiva teológico trinitaria. Implica, según expresa la extraordinaria encíclica Solicitudo Rei Sociales (1987, Nº 40), un claro reconocimiento “de la conciencia de la paternidad común de Dios, de la hermandad de todos los hombres en Cristo, hijos en el Hijo, y de la presencia y acción vivificadora del Espíritu Santo”. Estos tres elementos: paternidad común, fraternidad humana y acción vivificadora, son entonces los elementos que constituyen el modo como el cristiano procura alcanzar los fines sociopolíticos que se propone en un determinado momento histórico. En otras palabras: la vida política es una condición del seguimiento de Cristo y es una experiencia que se arraiga en la búsqueda personal y cotidiana de Dios, a través de una praxis histórica que dignifique las condiciones de vida de todos los seres humanos, reconociéndolos como nuestros hermanos.
La búsqueda de la presencia de Dios en lo cotidiano, en los ámbitos personales y comunitarios, no es un estilo de vida que le es propio sólo a una categoría de cristianos –quizás a los reconocidos oficialmente como religiosos o como clero–. Es, más bien, una forma de vivir, un estilo de vida, que define al ser mismo de la praxis y la necesaria reflexión de la propia vida de fe de cualquier bautizado.
Esto coloca a cada creyente en medio de un serio dilema: ¿cómo integrar los contenidos de su fe –la experiencia de la fraternidad universal y de la filiación divina– con las implicaciones que tienen para su cotidiano vivir y su plena realización humana?
Dividir estas dos cosas nos lleva a algo conocido y reconocido por la mayoría de los seguidores de Jesús: la dicotomía fe-vida, y sus desastrosas consecuencias, ante todo, para quien opta por vivir así y que, socialmente, se estructuran hasta componer el “pecado social” al cual todos –de pensamientos, palabras, obras u omisión– colaboramos.
Este reto, en realidad, sólo puede ser afrontado desde la más radical honestidad y con realismo, respetando también las leyes de la psicología que nos caracterizan como individuos.

¿El fin justifica los medios?
Retomemos las palabras dilema, reto. Éstas nos llevan a preguntarnos por los caminos, los medios o, si preferimos, las mediaciones. ¿Qué caminos tomar, qué medios asumir? Esta elección no se basa en gustos, preferencias o tendencias de la moda. En realidad, al elegir los medios podemos estar jugándonos nuestra propia identidad humana y cristiana. Los medios que un cristiano asume –en ese proceso que lo lleva a insertarse y a optar por una determinada praxis sociopolítica– no pueden ser intermedios o tibios, necesariamente han de identificarse y corresponder, por sí mismos, al fin humanizante y plenificante que persiguen.
Muchos cristianos creen poder vivir su fe de forma simple, intimista, sin más, indiferente a cualquier ejercicio honesto de discernimiento de las mediaciones sociopolíticas practicadas por los distintos regímenes o sistemas políticos en los que viven. Otros tantos, tal vez con más estudios, leen continuamente la realidad de un determinado país o región a través de los principios e ideas que emanan de sistemas sociológicos e ideológicos, desde donde fácilmente hacen interpretaciones de afirmaciones teológicas, acomodándolas al propio consumo, con la finalidad de legitimar un supuesto carácter cristiano en dicha opción política. Así, en Venezuela tenemos tantos “santamente” chavistas o “santamente” opositores.
Pero no basta el simple hacho del compromiso pastoral o una continua labor social, es necesario y urgente el discernimiento de dicha realidad, con todo el peso que dicha palabra entraña: la de quien, para buscar el oro, pasa por el tamiz la arena y la piedra; o la de quien, para aprovechar el grano, cuela las impurezas de la gavilla. Se discierne lo que ahí sucede y cómo se van estructurando las relaciones humanas, cómo se va conformando una nueva consciencia en la praxis sociorreligiosa, que en algunos casos tiene poco, muy poco de cristiana. Incluso, recurrimos a la actitud retratada por la sabiduría popular y prendemos “una vela a Dios y otra al diablo”[1]. Así, adaptamos sin más la acción pastoral y el trabajo con las comunidades, a las nuevas condiciones de vida de cada realidad, independientemente de cómo ésta se nos presente en una determinada coyuntura sociopolítica.
Lo afirmado anteriormente nos previene ante dos peligros: el primero, la elaboración de una teología apolítica –una fe sin relación alguna con la cultura y una noción de salvación que no comprenda la dignidad humana–; el segundo, la elaboración de una política teológica, al mejor estilo de las teocracias, o una teología a la medida de un determinado sistema político. El célebre teólogo alemán Kalr Rahner sostiene, ante ello, que se trata de una fe que se ajusta a la cultura y una salvación que se diluye en esta historia, perdiendo toda noción de trascendencia y olvidándose de su narrativa profética.
Lógicamente, la fe siempre se realiza dentro de una determinada forma cultural. No podría se diferente, aún cuando los propulsores de la Nueva Era o New Age intenten proponer lo contrario. No existe una fe abstracta o genérica, pues ella es parte inherente al ser persona, a la humanidad y ésta es siempre particular y concreta, enmarcada en coordenadas de tiempo y espacio… en otras palabras: sociohistórica.
Por ello, no es tan sencillo eso de de la fe y la política –¡tremendo problema el de este blog!– y las relaciones entre teología y realidad histórica. Por una parte, la realidad histórica de cada coyuntura cultural, sociopolítica y económica, informa a la fe, y ello delimita las condiciones en las que habita el o la creyente –o si prefieres, la comunidad eclesial–. Es éste su ámbito de expresión concreto y obligatorio. Pero, a la vez, toda realidad y toda cultura –y, en ella, la sociedad o forma de vida– está llamada a ser confrontada desde los valores evangélicos implícitos en los contenidos de la fe cristiana, ya nombrados anteriormente. Eso es inculturación de la fe: el discernir, desde la praxis de Jesús de Nazaret y los valores del Evangelio, los valores presentes en la cultura de todo pueblo o forma social. Ello, porque ninguna forma cultural es perfecta o acabada, ni puede ser norma y criterio de su propia crítica y construcción. Por demás, para el cristiano, estudiado o no, la norma y medida por excelencia se encuentra en la práctica histórica de Jesús de Nazaret. ¿Cristocentrismo? ¡Pues, claro! Si no, ¿qué sentido tendría proclamarse cristiano?

Lo absoluto para el cristiano venezolano
En este contexto el horizonte necesario, aquél que inspira toda acción y reflexión sociopolítica y que da sentido cristiano a cualquier posición personal e institucional frente a la realidad, ha de girar en torno a la búsqueda de una fe que humaniza y, en este sentido, fraterniza al reconocer nuestra filiación primera y gratuita con Dios. Para ello, el cristiano no sólo necesita reflexionar sobre el fin último y las metas que un determinado sistema sociopolítico y económico persigue, como podría serlo, por ejemplo, el paso de condiciones de vida menos humanas a más humanas; o aquello que en Venezuela hemos escuchado llamar como “dignificación”. Por desgracia, la mayoría de los cristianos juzgan así las cosas, y conceptualizan como lícitos los medios si el fin es, en sí, bueno.
Superando esta corta visión de las cosas, como cristianos –y cristianos venezolanos, partiendo del sitio donde escribo– se hace urgente e imprescindible reconocer si son o no tan nobles o humanizadores los medios como los fines. Es asunto de vital importancia preguntarnos: ¿los medios que se están empleando poseen validez ética para alcanzar este determinado fin? Veamos, por ejemplo, la pasada propuesta de reforma constitucional, cuyos planteamientos rechazó el pueblo venezolano y que, según expresara el presidente Chávez en cadena nacional de radio y televisión el día 03 de diciembre de 2007, se trata simplemente de un “Por ahora…”. ¿Es posible aceptar un proceso de humanización que niegue las libertades personales a costa de un colectivismo social, o que se realice sobre la imposición y la exclusión, irrespetando el valor personal y sagrado de la dignidad humana? Obviamente, no es posible, al menos desde la perspectiva cristiana. Y ello exige tomar una posición con gran honestidad ética y conceptual frente a sistemas que parecieran ser cercanos a la propuesta cristiana en cuanto al fin que describen, pero que la niegan radicalmente en las mediaciones asumidas.
El reto es de todos, pero en éste tienen mayor responsabilidad aquellos que conducen la comunidad cristiana: obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas… pero también catequistas, ministros de la palabra y de la eucaristía. Todos tenemos la responsabilidad de asumir nuestro cometido profético, orientado a una praxis acorde al evangelio y que conjugue, con palabras y obras, la crítica de los fines.
Pero no sólo quedarnos allí, aún hay más: es necesario desarrollar una narrativa política cristiana, de tal fuerza evangélica que sepa juzgar éticamente tanto las mediaciones socioeconómicas como las prácticas políticas que se están implementando en un sistema político como el que hoy se instaura en el país. Y, en ello, está implicado todo cristiano que tome en serio su fe, puesto que sólo un posicionamiento honesto y sincero frente a las distintas mediaciones de la práctica política actual puede contribuir a la des-absolutización de las personas, sistemas e ideologías actuales cuya clara tendencia son modelos autoritarios y nacionalistas, solapados en slogans de democracias sociales, tremendamente centralizadas y obviamente poco morales y transparentes en lo económico. En éstas, por demás, la disidencia y la pluralidad brillan por su ausencia.
Pero, atención: la crítica sociopolítica de un cristiano se dirige a los principios, no a las personas. Es decir: la crítica se realiza sobre conceptos y nociones que inspiran la praxis sociopolítica y económica de un determinado régimen o gobierno y las proyecciones de sus consecuencias, incluyendo lo social y lo ideológico. Por ello se llama crítica: porque se parte de criterios establecidos, se confrontan valores.
Para concluir, me permito recordar las palabras de uno de los hombres más importantes del siglo XX: Pablo VI. En 1971, en la Carta Apostólica Octogesima adveniens (Nº 46), expresaba su profunda preocupación sobre el discernimiento sociopolítico de los cristianos, en estos términos:
“En este encuentro con las diversas ideologías renovadas, la comunidad cristiana debe sacar de las fuentes de su fe y de las enseñanzas de la Iglesia los principios y las normas oportunas para evitar el dejarse seducir y después quedar encerrada en un sistema cuyos límites y totalitarismo corren el riesgo de parecer ante ella demasiado tarde si no lo percibe en sus raíces. Por encima de todo sistema, sin omitir por ello el compromiso concreto al servicio de sus hermanos y hermanas, afirmará, en el seno mismo de sus opciones, lo específico de la aportación cristiana para una transformación positiva de la sociedad”.

Las palabras del papa Montini son proféticas y son una luz en nuestro camino. El Señor nos bendiga y nos conceda asumir con responsabilidad la historia que hoy nos toca vivir en esta tierra de gracia, llamada Venezuela.

[1] La expresión “prender una vela a Dios y otra al diablo” refiere a la religiosidad popular venezolana. En general, las personas suelen utilizar las velas como símbolo en la oración, y estas son ofrecidas a Dios, a la Virgen o a los santos, para pedir una gracia… El dicho delata la posición hipócrita y manipuladora de quien pretende negociar entre el bien y el mal, con tal de lograr su cometido.

sábado, 10 de noviembre de 2007

Para iniciar el diálogo.

Un blog más de política. Sí, tienes razón. Lo es.
Con la particularidad de no hablar sobre partidos políticos per sé, aunque cuestione el quehacer de estos.
Pero, además, tiene otra particularidad: habla de política, partiendo de los valores y el compromiso que suscita en mí el seguimiento de Cristo.
Ahora, yo no sigo a Cristo sola.
Vivo mi fe en una comunidad de referencia.
Fui bautizada católica y este hecho, que muchos consideran una imposición, ha sido para mí una bendición.
Mis padres se impusieron para alimentarme, no como yo quería, sino como mi frágil salud lo necesitaba.
También nutrieron mi mente, con ideas creativas y libres. Nutrieron mi corazón con afectos, y mi voluntad con metas claras y disciplina para alcanzarlas.
En fin, la libertad no es sólo ni siempre de algo sino, básicamente, para algo.
Mis padres y también mi Iglesia me han hecho libre para transformar las posibilidades en realidades.

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Escribo este blog sin pretensiones de tener una presencia cotidiana en él. Más bien, irá creciendo, según pueda ir añadiendo cosas y, sobre todo, evolucionando en el pensamiento.
Pero, eso sí, e insisto: propongo una lectura desde la fe de algunos tópicos de la política. Porque la fe que no se transforme en valores concretos y que no forme –de molde, dar forma– la vida ¿acaso podría llamarse fe?

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Me parece útil también proponer un diálogo de altura. Este espacio está abierto para la disensión respetuosa, para el trato amable, para el reconocimiento de la alteridad y de la pluralidad.
Por favor, no tratemos a nadie con palabras soeces ni con expresiones que denigren la dignidad inalienable que todos poseemos. Al menos, no en este espacio. Quizás en la web existan otros lugares para ello, pero este, en definitiva, no lo es.

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Asimismo, es necesario aclarar otra cosa: parto de la situación concreta que vive Venezuela, mi país.
En realidad, no es fácil vivir en Venezuela, desde hace algunos años atrás. Y no es sólo por la confrontación política que va in crescendo desde hace tiempo.
En realidad, vivimos en un país que, pese a su riqueza material, aún no ha encontrado caminos de justicia, crecimiento y bienestar para todos.
Así, recuerdo que de pequeña, cuando vivíamos en Carapita -Caracas-, en el barrio, nunca vi personas pidiendo de casa en casa, o durmiendo en las calles, o montándose en un autobús para cantar y recibir algo… o para atracar y dejar sin nada a todos. Hasta que fui aprendiendo, y acomodando mis expectativas a esta situación.
Hoy circulo por Caracas con los vidrios cerrados de mi vehículo –muchas veces sofocándome porque no he podido arreglar el aire acondicionado–, pues prefiero morir así y no con una bala alojada en alguna parte de mi cuerpo.
Y eso también tiene que ver con la política. Y con la fe.

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También escribo, porque siento la necesidad de expresar mi voz ante las cosas que van sucediendo en este país. Y compartir mis pensamientos, inquietudes y temores, mis alegrías y esperanzas. Mi fe en Dios, en las personas, en un mañana mejor. Porque yo también espero un mañana mejor.

Para ello, dedico estos versos –escritos por mí hace ya algunos meses atrás –.
Posiblemente no sean muy poéticos, pero expresan no sólo lo que vivía en ese entonces, sino ahora.
Porque justo cuando el cielo está más oscuro, el sol se abre paso con sus rayos.


Cómo te ansío, libertad, cómo te ansío.
Sé que no estás lejos aunque, por ahora, la noche reina.
Sé que tu luz no se nos niega, aunque por ella
necesitemos estar en vela.
Sabemos que nunca los anhelos son tan urgentes
como cuando está cercana la meta.

En este momento de oscuridad,
cuando pareciera asentarse la esclavitud
y establecerse la tristeza,
abro mi alma a ti, oh libertad,
sabiendo que en ti tiene eco mi impaciencia.

Ahora que los miedos renacen,
mientras muchos tratan de desdibujarte
miles gritan tu nombre, sin recelos, a secas.
Te nombran sin reservas, con tu nombre verdadero.
Te gritan en sus consignas la gente de mi pueblo.
Te llevan marcada en la piel, como un sello.

Ahora que tu nombre resulta peligroso
te has querido esconder en las banderas
que alzan los de mi pueblo,
en sus ojos radiantes,
en sus consignas, en sus sueños.
Pasas desapercibida en los miles de pasos
que el tumulto va tejiendo
y, así, el tirano se dispersa
y, sencillamente, te tiene más miedo.

Ahora que la noche es más intensa,
ahora que la impaciencia cala los huesos,
sabemos que de ti nuestra patria está preñada
y te dará a luz, entre esperanzas y anhelos.
Por ti renace nuestra historia,
y Dios reconstruye nuestros entuertos.
Te esperamos, libertad, es ya la hora
de renacer en nuestro pueblo.